Camino Transcantábrico en solitario

El 12 de mayo de 2025 comenzó la aventura más larga de mi vida. A las 10:00 de la mañana salí del Monasterio de Santo Toribio de Liébana dirección Santiago de Compostela, a través de las montañas de la Cordillera Cantábrica y en solitario. El plan era llegar en 21 días.

Recuerdo perfectamente lo que pensé en esos primeros metros tras dejar atrás el monasterio: “…en qué lío me he metido”.

Preparación

Dediqué más de un mes en preparar esta aventura: estudio detallado de cada ruta, creación propia de mapas y tracks (tanto online como en papel), planificación de sitios de pernocta (albergues, campings, refugios), estudio del terreno, de alternativas, de planes B, de material que necesitaría… todo. La verdad, fue un trabajo grandísimo que hizo que todo saliera sobre ruedas.

Decidí hacer este camino porque leí sobre él en un blog de montaña y me encantó. El Camino Transcantábrico, diseñado por Antonio García con tiempo, dedicación y pasión por la montaña y la historia. Al no ser conocido, ni transitado, ni señalizado, le di mi toque especial para pasar por determinadas zonas u otras pero manteniendo la esencia, la cual era llegar a Sarria desde Santo Toribio para luego unirse al Camino Francés. Una aventura mucho más grande de lo que en su día pensé que sería.

Mi mochila para el Camino Transcantábrico

Primeras sensaciones

La verdad que fueron una mezcla entre emoción, subidón, estrés e incertidumbre.

Los primeros días fueron los más duros mentalmente. El miedo se apoderó de mí rápidamente porque la mochila me pesaba demasiado, y constantemente pensaba que era imposible que fuese capaz de aguantar con ella 21 etapas. Mi cabeza decía “si ya no puedo y estoy empezando, cómo voy a poder más adelante?

Al tener esa primera sensación tan fuerte, tardé unos días en ver que realmente sí era capaz de avanzar con ese peso, aunque a duras penas.

La esperanza de acostumbrarme a andar con la mochila y la fé pura y dura de que me acabaría haciendo fuerte con ella, me llevó hasta Santiago, pero os digo desde ya que eso nunca pasó.

Etapas 1-6: Empezando la vida nómada

La primera semana pasé por los espectaculares Picos de Europa, enlazando Fuente De con Posada de Valdeón, adentrándome en terreno desconocido leonés.

León me recibió con mal tiempo por dos días para después darme sol hasta el final de mi travesía. Una suerte que aún me cuesta creer.

Conocí los pueblos y montes de Sajambre en una de las etapas más duras de todo el camino, la 3ª, donde ascendí el Monte Zalambral con pernocta en su refugio incluida. Zona solitaria y fantasmagórica por la niebla que había. Nunca había dormido sola en un refugio, y pese a que me daba mucho miedo, me sentí muy orgullosa de mí por hacerlo igualmente.

Con el sol ya iluminando el camino, conocí Polvoredo, Lario y Acevedo. En Lario paré a recargar energía y el señor del restaurante La Era me invitó a desayunar. Siempre que entraba en sitios o me cruzaba con gente (que era muy poca), me preguntaban con curiosidad a dónde iba, por lo que solía contar mi aventura a casi todo el mundo. Insistí al señor varias veces en pagarle y no me dejaba, y le pregunté, ¿pero por qué me invita? A lo que me contestó: por valiente. Me sentí muy agradecida.

Seguí hasta Puebla de Lillo, pasando por pueblos con encanto como Maraña, y por zonas espectaculares dentro del Parque Regional de la Montaña de Riaño y Mampodre. A estas alturas ya estaba enamorada de León, de su verde, de sus ríos y arroyos, de sus montañas.

De Puebla de Lillo crucé a Lugueros por el Pico Mahón, el cual fue el punto más alto de la ruta y una subida que me dejó sin fuerzas! Menos mal que, ese mismo día, me recibió Eusebio en su finca “Casas de Lugueros”. Me acogió en su casa, me dejó lavar la ropa, cenar y desayunar, e incluso me hizo un bocata para el día siguiente. Solía acoger a aventureros como yo. Un fenómeno.

Terminé la semana en Villamanín, en la reserva de la Biosfera de los Argüellos y tras pasar por zonas super bonitas como el Collado de Canseco y su pueblo.

La semana concluía con unos 130km, unos cuantos dolores, vivencias increíbles, muchísimos mensajes de ánimo y bastante motivación. También con varias huidas de mastines, un par de lloradas, unas 20 barritas de cereales comidas y varios avistamientos de osos que resultaban ser árboles.

Etapas 7-11: León puro

Empezaron a irse algunos dolores, sobre todo uno que me preocupaba mucho en el empeine. Esto me animó mucho. Sólo había hecho un tercio del camino pero ya me sentía con más rodaje, más asentada tanto mental como físicamente. No dudé en partir un par de etapas a la mitad para sufrir un poco menos, porque si algo había aprendido ya, era que hasta los días fáciles eran duros.

En esta segunda semana atravesé la Reserva de la Biosfera del Alto Bernesga, el Valle de Arbas, el Parque Natural de Babia y Luna, el Valle de Laciana y el Valle del Sil, antes de adentrarme en los Ancares. No exagero cuando digo que todas estas zonas son espectaculares.

Me apetece mencionar especialmente el lindo pueblo de Cubillas de Arbas, el embalse de Babia (el cual esconde muchos pueblos bajo sus aguas), el camping de Sena de Luna y su río, la cascada de Lumajo, el Puente las Palomas, las Vías Verdes de Laciana… la verdad es que todo es precioso, verde y con agua. Una zona con muchísima montaña, cero masificada y con un gran potencial para explorar. También menciono la mejor hamburguesa del viaje, en la hamburguesería Los Molinos, en Villablino. Menuda manera de reponer energías y menuda tarde de charleta que nos pegamos allí unos cuantos.

El fin de esta segunda semana marcaba un momento importante del viaje, puesto que me quedaban 4 días de cordillera para después unirme al camino francés. En mi mente, era el último empujón. Mi único y mayor objetivo era llegar a Sarria, y desde allí, ya sabía que pasara lo que pasara sólo era dejarme llevar hasta Santiago.

Etapas 12-15: Últimos días de cordillera

Dejé atrás la pequeña sensación de civilización para atravesar la Reserva Natural de los Ancares, zona en la que finalicé mi etapa en León para entrar en Lugo, Galicia. La terriña!

Fueron 4 días durísimos. Miro ahora atrás y flipo más que en su momento. Qué sol, qué kilometradas, qué hambre, qué todo. Mentiría si dijera que hubo momentos fáciles, porque hasta cuando me echaba a dormir por las noches la reventada era tal que hasta me costaba recuperar la energía.

El apoyo de los míos fue crucial para atravesar los inhóspitos Ancares y sus pueblos. Me costó mucho encontrar gente en todos sus pueblos, ya no os digo nada de tiendas de comida o bares. Eso sí, mereció la pena.

Pasé del Valle del Sil a conocer Peranzanes, Guímara, Pereda de Ancares, el vacío Campo del Agua, la zona del Pico Tres Obispos, numerosos refugios de montaña… hasta llegar a Pedrafita do Cebreiro. Toda la reserva de los Ancares estaba en flor. Era pleno mayo y el rosa inundaba el paisaje. Había una mezcla de colores increíble, un sol bastante fuerte para ser primavera y un cielo azul hasta el infinito.

Una de las etapas más duras y jartas fue la 14 (Pereda de Ancares-Campa de Brego) de 31km, 1.600m de desnivel positivo y pernocta en un refugio ya en Galicia. Y digo jarta porque me llevé una tremenda sorpresa al llegar al refugio… ¡¡había perdido el móvil!! La sensación fue de las peores que he tenido nunca. No por perder el móvil a nivel material, sino porque era perder mi única vía de comunicación en medio del monte, en una zona totalmente vacía y sabiendo que dormía ahí sola y no en algún pueblo desde el que pudiera avisar a casa de lo sucedido. A parte de que me quedaban 7-8 días para llegar a Santiago. Pero bueno, lo más fuerte aún fue que me puse a deshacer el camino por el que había venido, reventada, sin energía y totalmente desmoralizada… y a los 40’ lo encontré. ¡Parece que el destino me quiso dar un poco de vidilla al final de la cordillera!

Llegar a Pedrafita do Cebreiro al día siguiente fue un grandísimo logro para mi. Se había acabado la parte de montaña y para mi grata sorpresa, empezaba una parte de la aventura que también fue súper emocionante.

Etapas 16-23: Camino Francés

Pasé de montañera a peregrina y completé las siguientes etapas: Pedrafita do Cebreiro – Triacastela – Sarria – Portomarín – Palas de Rei – Melide – Arzúa – O Pedrouzo – Santiago de Compostela.

Sólo tengo buenas palabras para el Camino de Santiago. Viniendo de donde venía, me parecía que simplemente iba a ser un tramo de caminar tranquilamente día a día y ya, cero emoción. Había oído historias de gente que cuenta cómo le cambió la vida, y ahora entiendo por qué.

Conocí a gente de todo tipo, de muchísimos países diferentes, con historias emocionantes y sueños por cumplir. El ambiente que se respira es acogedor, un ambiente que te invita a hablar, a preguntar, a escuchar. A meterte en conversaciones de horas en las que te ventilas una etapa entera con un desconocido del cual acabas conociendo un montón de cosas sin siquiera saber su nombre. En el camino conoces a gente que te inspira, que te enseña y que te hace reflexionar. Y no porque el camino lo haga gente especial o diferente, sino porque todos estamos dispuestos a escuchar y a relacionarnos con cualquier persona. Porque en el camino, todos somos peregrinos, todos somos iguales. El sentirte igual al otro te da comodidad para abrirte desde la humildad y no desde el egocentrismo. Creo que ahí reside la esencia del Camino de Santiago. Esa fue mi reflexión. Y ahora, sí, entiendo que haya gente a la que le cambie la vida, porque sentirte escuchado y comprendido por desconocidos es un lujo y un privilegio, y más en un mundo en el que a veces es difícil sentirse así en tu propio entorno.

Añado a esta reflexión una frase que me dijo una amiga llamada Beth hace años: tenemos dos orejas y una boca, quizá sea para escuchar el doble de lo que hablamos.

Gracias por vuestra compañía, a todos los que compartisteis buenas charlas conmigo.

Nombro a los que sí me aprendí su nombre: Miki de Alemania, Tony de Valencia, Zaneta de Lituania, Dory de Venezuela, Mario de Madrid, Cathy de Irlanda… gracias.

Mi motivo para llegar a Santiago no estaba relacionado con la religión o la espiritualidad, pero sí con la fé.

Soy una persona con fé, con esperanza, con fuerza interior y con la creencia de que luchando todo se consigue. Y fue esa fé la que me hizo caminar 530 kilómetros, ascender más de 16.000 metros de desnivel y pasar todo tipo de penurias durante 24 días.

Fue la fé de creerme capaz,

Y así fue.

Si te interesa ver mi video-diario documental del Camino Transcantábrico puedes verlo en mi cuenta personal de Instagram en la sección de reels.

Si quieres saber más sobre el Camino Transcantábrico puedes leer este blog o consultar este libro.